La inteligencia artificial encontró su nombre en la base de datos de Ilunion, donde trabaja en la limpieza de San Mamés, pero ha sido la inteligencia emocional de Tatiana Adamenko la que ha desbloqueado las primeras palabras de las familias ucranianas acogidas desde ayer miércoles en un hotel de esta cadena en el corazón del botxo.

Cuando Chernobyl explotó tenía 14 años. Ahora suma 50, dos nietas y un corazón grande, como sus ojos, aunque se empañen cada vez que se acuerda de los dos bebés y seis niños que ayer llegaron a la capital vizcaina. Hoy llegará otro bebé. Viene desde Valencia protegido en un convoy humanitario fletado por Chernobileko Umeak que ha sacado a otras 25 personas de la guerra.

Algunos ya tienen familias de acogida en suelo vasco y los que no, tendrán cama y habitación en el hotel que dirige Álvaro Díaz-Munío. Él fue quien habló con Tatiana, ucraniana de Ortuella (lleva 21 años en Euskadi) para que hiciera ese primer contacto amigable con las familias que ayer arribaron al hotel de la calle Rodríguez Arias.

“Me presenté y me miraban... Unas caras... Estoy hablando en tu idioma y no confían”, resume al tiempo que compara a sus compatriotas con esos animales indefensos a los que se les adivina el miedo en los ojos. No hizo preguntas de la guerra. No quiere saber. Cada día recibe imágenes y vídeos de primera mano. Su hermano y su tía siguen allí. En Cherkassy, a unos 250 kilómetros al sur de la capital de Ucrania, cerca de Crimea.

Se sentó y esperó a que cenaran. Silencio. Más silencio. Dos horas de lógico silencio hasta que ese muro cayó.

Algunas mujeres se acercaron a ella. Tampoco tenían preguntas. Solo termos y leche para la noche para los más pequeños. Y café. “Creo que ni duermen por la noche. Tienen miedo todavía. No se han desbloqueado la cabeza que ya no están en Ucrania. Hasta los niños, que no entienden la guerra, han dejado de sonreír”, solloza.

Por eso este viernes volverá allí. Quiere estar a solas con todos. Y hablar de todo lo que quieran. “De momento no tienen confianza con nadie. Les hace falta cariño. Y descansar, silencio. Que se mentalicen que ya no están allí y después ya veremos, poco a poco”, apostilla en declaraciones a DEIA.

Les ha pasado a todos su número de teléfono. “Para lo que sea y en la hora que sea”, les ha dicho. Y entre sus planes, facilitar la integración de esas familias que han dejado atrás su vida. No todos son de ciudades como Kiev o Jersón; también los hay que vivían en aldeas, en sus casas. Y a estos últimos, les cuesta más abrirse, revela Tatiana. “Si quieren una barbacoa en mi casa, perfecto. Lo que sea. Un fin de semana… Lo que importa es que salgan a la calle”, enfatiza.

Y frena su relato para contar dos casos. El de una chica que, después de la cena se aproximó para preguntarle cuál sería su futuro inmediato aquí, en Bilbao y en Euskadi. “Ahora en hotel. ¿y luego?, me preguntó. Supongo que habrá que hacer papeles con ONG y gobierno, pero dependerá de ellos si quieren quedarse. ¿Adónde van a volver? Hay pueblos y ciudades que han desaparecido. Ucrania no tiene dinero para reconstruir eso”, lamenta Tatiana.

Y el segundo tiene como protagonistas a dos mujeres, madre e hija. Son de Kiev. Con las primeras sirenas bajaron al sótano. Era de noche. La madre bajó en pijama y su hija en chándal. Y así han llegado a Bilbao. Sin nada más. “Me da una pena” dice mientras seca su rostro. “Pero ella pide para su madre. No para ella... Se lo dije a Álvaro [el director del hotel] y esa misma tarde [la de ayer miércoles] ya vino gente a traer cosas”, gesticula.

Tan efusiva ha sido la respuesta de la ciudadanía local que hoy mismo la gerencia del Hotel Ilunión de la calle Rodríguez Arias tuvo que suspender la recogida de ropa y calzado, alimentos, pañales, compresas,… La planta 14 del céntrico hotel ha sido acondicionada para que estas personas refugiadas puedan empezar a levantar la mirada. Y hoy a la tarde, con los 300 euros que Tatiana y sus compañeros han recogido en pocas horas, Lara -compañera de oficina- ha ido a comprar ropa interior. “Los héroes son todos ellos. Ellos merecen nuestras atenciones. Yo solo soy una voluntaria”, remata Tatiana.