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Payne Stewart (1957-1999).

Par 7. Memoria histórica

La última ronda. Hasta pronto, Payne

Fernando de Buen (publicado en noviembre de 1999)

A 20 años del trágico fallecimiento de Payne Stewart en un accidente aéreo, en homenaje a su memoria y a su comprobada calidad humana, nos hemos permitido volver a publicar este artículo aparecido originalmente en 1999, unos días después de su muerte. Lo seguimos extrañando.

Payne Stewart terminó demasiado temprano el decimoctavo hoyo de su existencia. El premio que obtuvo por esa última ronda fue un pasaje a la eternidad.

Los recuerdos de su último putt en el Abierto de los Estados Unidos siguen frescos, y quizá sean aquellos los que florezcan cuando nos venga a visitar en el intrincado mundo del pensamiento. El Payne del gozo total, el Payne del sueño realizado y el Payne, triunfador indiscutible. Pero también nos vendrá a ver el Payne de los knickers absolutamente elegantes, el siempre caballeroso y amable y el Payne del swing magnífico.

William Payne Stewart, nació en Springfield, Missouri, el 30 de enero de 1957. Fue el ganador, entre otros torneos, del PGA Championship en 89 y de dos Abiertos de los Estados Unidos; el primero en el 91 y el más reciente, celebrado en Pinehurst n° 2. También participó en cinco copas Ryder, dejando para el recuerdo la de hace unos meses en Brookline y la gentil concesión de su último match al injustamente vilipendiado Colin Montgomerie.

Podríamos resumir su carrera como la de un triunfador hecho a la manera tradicional, con altas y bajas, con un entrenamiento sostenido y siempre con la mente dispuesta al triunfo. Al terminar su carrera de economía, se hizo profesional en 1979. Su paso por las giras asiáticas le permitió conocer a la que sería su esposa, Tracey, durante un viaje por Malasia. Pero también conoció la senda difícil del golfista cuyo sustento básico depende del siguiente torneo, del que viaja con una pequeña valija y sus palos de golf, con la única esperanza de ganar para solo poder continuar jugando. Finalmente, tras fallar en dos ocasiones, consiguió su tarjeta del PGA Tour en 1981. A partir de allí, comenzó su historia de victorias: En 1982 ganó el Quad Cities Open, en 83, el Walt Disney Classic. Una sequía de tres años y medio terminó con su primer lugar en el Hertz Bay Hill Classic, en 1987. En el 89 triunfó en el MCI Heritage Classic y logró su primer major, el PGA Championship. En el 90 volvió a ganar el MCI, junto con el GTE Byron Nelson Classic. En el 1991, hizo suyo el U.S. Open, su segundo grande. Un nuevo compás de espera terminó en 1995, cuando se llevó el Shell Houston Open y volvió la sequía que culminó espectacularmente, este mismo año, triunfando en el AT&T Pebble Beach National Pro-Am y el inolvidable U.S. Open, su tercero y último major de su corta, pero redituable carrera.

También vale la pena mencionar su participación en las copas Ryder, durante los años 87, 89, 91, 93 y 99, donde obtuvo un récord de 7-9-2. Ese nueve pudo haber sido un ocho, pero su caballerosidad no esperó al final del hoyo en la más reciente Ryder y decidió ponerle fin a una copa que ya estaba decidida.

El mismo día de su muerte (el pasado 25 de octubre) el mundo del golf inundó las páginas de la prensa televisiva, la escrita y la electrónica, con frases de profunda pena por el trágico accidente aéreo. Arnold Palmer, al enterarse del deceso, mencionó: «Una de las más terribles tragedias en el golf de nuestros días». Curtis Strange, quien ese mismo día fue oficialmente conferido con la capitanía de la Ryder Cup para el evento del 2001, habló sobre Stewart: «Perdimos a alguien quién es verdaderamente un gran embajador del juego». «Él fue un gran crédito para el golf y a nuestro país. El golf perdió a un gran hombre» dijo Billy Casper, otro campeón del Abierto de los Estados Unidos. Peter Jacobsen, jugador de la Gira PGA, acotó: «Como golfista, su récord habla por él mismo. Fue amado por mucha gente».

En el otro lado, el humano, Payne Stewart tuvo también mucho que decir. En 1987, cuando ganó el Bay Hill Invitational, donó el monto total de sus ganancias, 108,000 dólares, a un hospital de Florida, en memoria de su padre William Louis Stewart, quien había fallecido dos años antes.

Stewart supo también de mercadotecnia, lo cual evidenció durante casi toda su vida profesional, jugando en knickers, lo cual le generó burlas, críticas y ciertamente admiración, pero también le mereció un jugoso contrato con la NFL, a cambio de vestirse siempre con colores alusivos a algún equipo de dicha liga. Más allá de sus méritos propios, logró convertirse en uno de los jugadores más reconocibles del campo. A partir de ahora, el profesional que se presente al campo vistiendo este tipo de prenda, sin duda tendrá que hacer algo sorprendente para que esta no le quede demasiado grande.

Dieciocho años de triunfos han terminado, como quién termina una ronda de golf. Tras el último putt en el green del 18, Payne Stewart se retiró a la casa club, satisfecho por una ronda con muchos aciertos y pocos errores. En su camino a la entrada se encontró con el gran promotor, quién lo introdujo por una puerta diferente. Mientras se cerraba, se alcanzó a escuchar que ambos platicaban sobre la vida, las misiones cumplidas y las que quedaron pendientes; sobre el amor a su familia y a sus dos hijos, sobre sus muchos amigos y, especialmente del deporte que tanto lo va a extrañar.

El destino decidió cambiarlo de gira. A partir de hoy y para siempre, Payne Stewart jugará con los inmortales, con los que dejaron huella, con los que legaron la forma de jugar al golf, con los inolvidables. Compartirá con ellos el pan y la sal y con ellos, también, un recuerdo imborrable en nuestra memoria.

fdebuen@par7.mx